domingo, 23 de noviembre de 2008

Leyenda de la Sucia


Al ser Trujillo una ciudad antigua - la primer capital de Honduras fundada en 1525 - no podía quedar esta excluida del mágico influjo que como un velo de misterio, arrojan los siglos sobre el pasado de las ciudades viejas, que con el continuo galopar de los años acaba por convertirse en una combinación de historia, mito y... leyenda. Consecuencia de ello es que después no sabemos el punto de separación de ninguno de estos, y al final acaban los tres confundiendose en uno solo: o el mito y la leyenda se vuelven historia o la historia se vuelve mito y leyenda ¿Y es que en realidad importa saber cual es cual? Desde muy temprano en mi vida quedó mi imaginación irremediablemente cautivada en las redes del intrigante misterio de la fantasiosa leyenda; de lo que mi inolvidable abuelo, que Dios tenga en el cielo, puede con toda legitimidad, reclamar derechos de "autor". De la boca de aquel adorable viejo, oí las primeras "historias" de lo que pasó a ser para mi, el jardín florido y fértil del "folklore" de mi pueblo querido. Entre los enigmas de la vida que temprano descifré, está el de que el mito, la leyenda y la realidad son lo mismo. ¿O estaré yo desafiando algo indesafiable con mi prosaica aseveración? Yo creo que todo depende de como cada uno de nosotros quiere ver las cosas. Todo depende de nuestra propia imaginación. Desde entonces hice un compromiso conmigo mismo. En ese compromiso le prometí a Trujillo que algún día plasmaría en tinta y papel, aquellas historietas y cumpliendo con mi promesa, la que sigue es una de ellas... En el pueblo de Trujillo desde los años de 1800 era y aún es hoy, muy común oír relatos de apariciones de La Sucia; para algunos Siguanaba. Gran cantidad de trujillanos aseguran haberla visto, generalmente en los ríos de las afueras de la ciudad, por supuesto. La señora esa tiene varias formas y aspectos. Unos la han visto como una anciana desgreñada y andrajosa, con solo dos o tres dientes que sobresalen de sus arrugados labios; con enmarañado pelo y floja vestimenta que contribuyen en gran manera a su tétrico aspecto fantasmal. Otros la han visto como una mujer elegante vestida con ropas de antaño, con un rostro desfigurado por lo que parece ser una enfermedad o cortadas de arma pun- zante. Esta es la versión de La Sucia que mi abuelo juraba haber visto o que, por lo menos, creyó haber visto. Nunca estuvo seguro. En las afueras de Trujillo y entre los escombros de un convento destruido por las llamas de un incendio, vivio por muchos años La Sucia. Nada más que en este caso, todos sabiamos quien era La Sucia. Esta era Challita la loca que había hecho de aquellas viejas ruinas su hogar. Enajenada por a saber que extraños sortilegios, Challita vivia en su propio mundo apartada de todos. Mantenida por unos vecinos piadosos vivio en aquella desolación los últimos años de su vida. Por las noches se le veia en las lunas llenas deambular por los alrededores de aquellas ruinas; su figura andrajosa y desgreñada proyectada contra la brillante luna, se parecia no solo a La Sucia sino que a una alma en pena. Los rumores se habían propagado de que Challita era bruja. Nunca me atrevi a pasar solo por aquellas ruinas; le tenia terror a Challita la que en realidad tenia el aspecto de una bruja. En una fresca madrugada de luna llena, mientras mi abuelo se dirigía a la hacienda de su padre situada en Silín, en las afueras de Trujillo, a supervisar el ordeño de ese día, en el lomo de su avispado macho y acompañado de su perro pastor alemán, al no más cruzar el río, el mulo al igual que el perro, comenzaron a mostrar señas de estar atemorizados, por algo o alguien que solo ellos podían ver u olfatear adelante del camino en la noche oscura. Ante los rebuznos inquietantes de su bestia mular rehusando a avanzar, y el aullar de su obviamente aterrorizado can, el que contribuía con su aparente cobardía a empeorar la situación, al tratar insistentemente de refugiarse debajo del mulo en que su amo cabalgaba, mi abuelo comenzó a preocuparse, creyendo que se trataba de algún hambriento jaguar, que andaba merodeando en busca de presa por aquellas latitudes en aquellas deshoras de la mañana. No pudiendo resistir el perro más el terror que se había apoderado de el, de repente, decía mi abuelo, dio marcha atrás y en un momento desapareció de su vista. Azuzando al azorado mulo con sus espuelas, pudo mi abuelo a duras penas avanzar por el camino oscuro semialumbrado por los tenues rayos de una luna llena. Al llegar a una vuelta del carril que conducía al trecho final de la hacienda, decia mi abuelo, que en frente estaba parada una mujer vestida elegantemente de blanco, de la que a espaldas de la luna solo pudo adivinar la forma de un rostro sombrío rodeado de una larga cabellera. Enfurecido mi abuelo por lo que consideraba una indiscreción de la mujer aquella, que andaba a esas raras horas de la madrugada por aquellos lugares, le habló... - ¿Quien diablos sos vos? - ¿No estás viendo que este macho me va a matar? -. Sin responderle la mujer permaneció quieta por unos segundos y después, dice mi abuelo, que le respondio... - ¿Que hora es, Jacobo? Aunque mi abuelo sabia la hora aproximada porque solo momentos antes, al cruzar el río había oído las campanadas de las cuatro de la mañana de la iglesia de Trujillo, no le respondió y al contrario la conminó a apartarse para darle pasada al macho que a duras penas había logrado contener hasta ese momento. - Yo sé que hora es. Son las cuatro - Respondió la mujer. - Y si sabes que hora es... ¿por qué estás jodiendo preguntando babosadas? - Le contesto mi abuelo. - ¿"Como sabes mi nombre"? - "Si queres hablar conmigo", le dijo mi abuelo, "esperame aquí mañana que voy a venir en una bestia mansa". - Bueno, - le contestó la misteriosa dama, - Aquí te espero mañana -. Al mismo tiempo que pronunciaba estas palabras, decía mi abuelo, la mujer cruzó al otro lado de la valla de alambre que separaba el carril del potrero, sin darle la espalda y sin agacharse ni hacer ningún movimiento que delatara su aprehensión por la presencia de la cerca de peligroso alambre de púa. Cuando se encontraba del otro lado de la cerca, irrumpió en una estrepitosa y diabólica carcajada que le heló la sangre en las venas a mi abuelo. Fue hasta en ese momento en que enteramente se percató, decía mi abuelo, de la extraña apariencia de aquella mujer, que se le erizaron los pelos de la cabeza y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. En preparación para el supuesto encuentro del día siguiente, mi abuelo todavía dudoso de que aquella mujer estuviera relacionada con un espanto, y que más bien era alguna de sus "amigas" tratando de azorarlo, se puso de acuerdo con el mayordomo de la hacienda, para que este, al siguiente día, se fuera por el otro lado del potrero, y tratara de sorprender a la mujer por detrás. Al otro día y esta vez cabalgando en un macho viejo y manso, al llegar al mismo sitio del día anterior, esperó en vano a la mujer que nunca se apareció. Mi abuelo, hasta el día de su muerte nunca estuvo totalmente convencido de que aquel incidente había tenido algo que ver con lo sobrenatural y mucho menos con la tal Sucia. El siempre creyó que se trataba de alguna amante desdeñada que quería vengarse de él, haciendole pasar un mal rato. Sin embargo, yo y todos los que escucharon el relato, sabíamos de quien se trataba. Se trataba nada más ni menos, que de la merita Sucia.

El autor es Hector A. Castillo

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